Los malos poetas I
Constante es en mí el sentimiento de nadar, de flotar.
Fuerte la necesidad de encajar.
Que en realidad es necesidad más de volver que de llegar.
Con un deseo y con tinta, corté los eslabones…
Me separé…
Ahora, con una ansiedad enferma, lleno de amor y lleno de odio.
Quiero regresar corriendo.
Para chocar, romper, lastimar.
Contra el mundo me he de volver.
Ahogado con mi sangre, con mi llanto.
He de morir en un grito de guerra…
De angustiosa resistencia.
Vine de visita y quiero hacer ruido antes de arder.
Mis letras son señales para los que van en contra.
Para los sádicos que viven con el corazón abierto.
Siempre he elegido el otro lado, el otro camino.
Estoy donde nadie quiere estar.
Soy el defecto, la contraria, la causa perdida.
Sólo porque debe haber contrapeso.
¡Rápido!, ¡Empuja! ¡Rápido!
Que se está acelerando el tic-tac aquí dentro y estás muriendo.
Un repique, un disparo, el canto ebrio, el desprecio y el lodo en los zapatos.
Un golpe, un choque, tragarte en la noche un Valium.
Si muero de espalda…
Encontrarán el cráneo perforado de un hombre roto y mi tatuaje de sombra.
La sombra de Prometeo que me consume el corazón, como el de mis hermanos.
Y... ¿qué pasó y cuándo?
Pese a que Prometeo nos salvó, ellos decidieron segregarnos.
Allí bailamos De Rokha y yo.
Allí, en las llamas bailamos los poetas de la tinta más negra…
Los poetas más malos.