En aquel lago
vivía una princesa
encantadora.
Eso pensaba
el niño que, muy cerca,
leía un cuento.
Y era posible,
que allí, entre las aguas,
hubieran hadas.
Porque los ojos,
del niño, en sus pupilas
eso veían.
Dulces momentos
de magia y fantasía,
tras las pestañas.
Largos segundos
de infancia y de ternura,
siempre infinitas.
Precioso lago
que llenas a los niños,
cubre mi alma.
Quiero ser niño,
soñar con las princesas,
sentir las hadas.
Y si es posible,
volar, cual mariposa,
entre sus alas.
Rafael Sánchez Ortega ©
17/08/19