En los conatos de infierno
se oye crepitar la corteza
de la anaconda calcinada,
y una súplica aborigen
cercada por telones de humo
termina por doblar las ramas
del vergel hundido en llamas.
La inmensidad selvática
neutralizaba los gases
con vasta determinación,
y ahora sus alveolos,
cenizas sobre cenizas son.
A orillas del río flameado
se complace prometeo
por dejar en buenas manos
los cortafuegos de fogueo.
Sigue sonando el arpa
del macabro emperador
cuyo único afán consistía
en ver su hogar en combustión.