La brisa acunada en mi cara,
acaricia manos, piernas,
y las vigas de estos
frondosos álamos.
Hoy perpetúa,
cascabeleándo,
un tempo dulce,
lento, eterno.
Y un Dios de Viento
cercano en el paso,
suave en las ventanas,
mis heridas cambiadas.
Y, a lo lejos, el sol ardiente.
Y, a lo cerca, un placer silente.