Ya no sé si soy clarividente
o un púgil sonado,
desde hace unos, años todo me resbala,
el mundo ya no va conmigo.
Me miro al espejo
y veo a alguien a quien no identifico,
mi mundo, mi entorno, me resulta extraño
como si acabara de descubrirlo
y hasta la gente que me rodea
me resultan sombras en los muros de la vida.
Cuando las piernas ya no te sostienen,
la mirada se nubla y el aire te achicharra
o te arrojas a la lona,
o sigues lanzando crochets al vacío,
buscando al contrincante
que te ha robado el combate.
El público abandona los palcos
y los jueces se reparten la carroña,
pero yo sigo apaleando fantasmas,
soñando con escuchar una campana
que me libre de la pesadilla,
pero el ballet macabro se hace eterno
y acabo combatiendo contra mi propia sombra.
Estoy cansado de combates amañados,
de jueces corruptos,
de árbitros comparados,
,estoy agotado de servir de sparring,
de poner la cara, de cruzar los guantes
mientras otros negocian con mi vida
y venden mi pellejo en los mercados.
Bajo del ring con aire victorioso,
y me dirijo triunfante a un vestuario
donde no espera nadie,
y allí vomito mi fracaso en el retrete
y me ducho con salfumán ardiente
para limpiarme la piel de tanta mierda.
Mientras los buitres
pelean su carroña en los despachos,
las sirenas aúllan
conduciendo la muerte
y los niños siguen naciendo
con fecha de caducidad.
Salgo a la calle
y cruzo la avenida
sorteando los coches y los charcos.
Hace siglos que llueve chapapote,
pero me tumbo en un parterre
esperando un nuevo sol
que me caliente el alma
mientras las ratas olisquean excitadas
mis despojos
barruntando su presa.