Bienaventurados los ríos, las piedras y los peces
que sueñan mirando la cara de la noche
aguardando el reflejo ambarino del alba
Dichosos los hombres
que escuchan los pasos perpetuos de los siglos
inventando esferas disformes de espuma pétrea
Bendita la risa de los niños
que asalta el calmoso silencio de las plazas
frente a las mansiones e iglesias espectrales
Sagrado el vino en el cántaro de arcilla
que enciende la pasión dormida en la entraña vacía
para dar paso al fulgor del latido congelado en el olvido
Santificada la lluvia diáfana que el viento rasga
bajo el deseo disperso en el espacio partido
bañando las petrificadas estatuas que caminan sobre los muertos
Venturosos los ojos que los colores desgranan
sobre la pulsación de las errantes sombras
un enjambre de soles y de hombres
mirando los sueños de la tierra perpetua