Estuve de su encanto prisionero,
atado con cadenas de ilusiones,
mas pronto me lleno de decepciones
clavando del dolor su rastro fiero.
Viví su gran pasión con desespero,
cubierto con los suaves edredones
de aquellas regias noches de pasiones,
que daban a mi vida el cielo entero.
Jamás imaginé que mi sendero
un día lo cubrieran nubarrones,
que habría de apagarse aquel lucero
que tanto me llenara de emociones;
y luego, con su duro y cruel acero,
clavara la traición sus aguijones.
Autor: Aníbal Rodríguez.