Desde el origen del tiempo,
conocido es por los seres
que pueblan la redondez
de un planeta diferente,
un desencuentro amoroso
en la cúpula celeste.
Están sus protagonistas
condenados a quererse
pese a mantener entre ellos
una distancia prudente.
El galán de este romance
es un lucero incipiente,
Apolo se hace llamar
y está integrado en las élites
del firmamento de estrellas.
Ella, por su parte, tiene
especial predilección
por demostrar su creciente
inclinación por la noche:
Impresdindible satélite
de los rigores noctámbulos
conocida por Selene.
En un orbitar opuesto
ambos se buscan sin suerte
bajo llenos plenilunios
y solsticios de diciembre.
Ella corre detrás de él
para encararlo de frente
atravesando las sombras
de lentos atardeceres,
y él dispone su reclamo
sobre auroras impacientes
en infructuoso cortejo
dando rodeos estériles.
Desde el esquivo desplante
intentan hallar el puente
que una la luz con lo oscuro
y así mezclar para siempre
la dualidad de matices
en celestial efeméfide.
Hay quien dice haberlos visto
tan solo contadas veces
concretar su amor fatal
con un abrazo ferviente
hasta eclipsar con sus cuerpos
el resplandor de la nieve.