En un jardín me detuve
para coger una rosa,
esa flor que entre un sinfin
es como tú, muy hermosa.
Ella amanece en mi cama
con las luces del lucero,
esperando que la diga
que su amor es el que quiero.
Con mi rodilla en el suelo
la tomaré de la mano,
y entregándole esa rosa
la diré cuánto la amo.
Despues de besar su mano
como si fuera una diosa,
la tomaré entre mis brazos
para que sea dichosa.
Parecen cosas de antaño,
de un amor ya trasnochado,
pero no puedo evitar
mis gustos por el pasado.
J. Piñeiro