Ayúdame, Padre mío,
Tu hijo sigue padeciendo
Y, como siempre, cayendo
En eterno desvarío;
Que madure, desconfío,
Porque sigue creyendo
Y, por el amor, perdiendo,
Ante la vida, su brío;
Él confía ciegamente
Y se entrega con pasión,
Para después, de repente,
Quedarse sin corazón:
Tal parece que en su mente
Se ha tornado su prisión…