No se ungen mis parlamentos
ni en catedrales ni en asambleas
soy, inevitablemente
y a pesar mío, un tanto proscrito,
y otro tanto de tóxico y venéreo.
Yo me recalco y me reitero, sigo
en mis trece y en mis cabales, cuando
pido respeto.
Qué estaba haciendo allí, qué podría
estar haciendo? No lo sé; ya no me importaba.
Sé que claudiqué por momentos
y me recuperé de inmediato. Mis largos
cabellos, de casi veinte años, sigo
conservando y con greñas y todo,
insisto en algo excesivamente valioso:
respeto, que no preces o reverencias.
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