Yo he sido Fierro de chico,
mi padre me lo leía.
Asumí su valentía,
sufrí ante las injusticias,
anduve por las milicias,
rehén de la policía.
La pucha si es vida dura
la del gaucho perseguido
ya sin ser lo que hubo sido
en un tiempo no lejano,
desconfía del hermano
anda solo y escondido.
Papá seguía leyendo
y yo partía extasiado
en mi caballo montado
atravesando el desierto,
atento, siempre despierto,
ante el indio sublevado.
Me apresó la autoridad
y me llevó a la frontera
a enfrentar a lo que fuera,
indio, vago o delincuente
que para el juez no son gente
los que viven campo afuera.
De pronto, llega el silencio,
se acaba toda aventura.
Al callarse la lectura
se truncaban mis andanzas,
atrás quedaban las lanzas,
el cabalgar, la llanura:
dormido estaba mi viejo
con el libro en un costado.
Con el ímpetu apagado
y descansando el caballo,
en menos que canta un gallo
me acurrucaba a su lado.
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