Bajo la apacible sombra de aquel arrayán,
mientras inhalábamos con fruición su aroma,
me juraste y perjuraste de veras o en broma
palabras de amor eterno que en mí vibrarán
por siempre, ¡oh cruel seductora!, mas no serán
palabras sinceras de la cándida paloma,
que surca el aire y entre los álamos asoma
para posarse en las manos que la acogerán.
Tus pérfidas palabras jamás fueron sinceras,
puesto que con fingida apariencia amorosa
hirieron mi corazón con la saeta del amor
y se apresuraron en mostrar mañas arteras
para transformar la flor dulce y primorosa
en amargo cáliz de sufrimiento y dolor.
Canciones de amor.