A. Martinez

Días.

 

Cuantos atardeceres
envolvían de punta a punta
los abrazos.
Y estábamos solos,
limpiándonos de soledades,
aprendiendo a sopesar la lejanía.
El verano herviendo en los ojos,
y estábamos solos,
olvidando a propósito
todo lo que no nos servía.
Dejándonos fluir,
saltando una por una
las formalidades,
la ambivalencia de lo cotideano,
viajando desde lo oscuro
a la parte más alta
de la claridad.
Lejos estaba todo el paisaje;
nubes que jugaban
a cambiar de rostro,
flores sofocadas de calor,
ruidos envolviendo la vida,
el olor natural de los autos,
y la alargada calle.

 


Eduardo A. Bello Martínez
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