Esta soledad tiene un rostro de mujer que habitó por mi cuerpo,
si pudieras verla, encontrarías su nido perpetuo entre mis entrañas,
y un elemento indescifrable y misterioso que me hace permanecer absorto, aunque ciego,
en algo que la gente llama amor, y que no me sirve hasta hoy para arrancarla de su lontananza.
Aunque intento tocarla, su semblante se pierde, calla casi todo el tiempo,
salvo algunas noches, cuando de pronto puedo ver su blanca espalda,
y me ofrece el espectáculo más hermoso del universo.
Entonces, como siempre, mis manos emancipan letras que vuelan,
que buscan sin encontrar el fondo de esa mujer que me sonríe,
y de la cual no me queda más que un rostro tenue.
Esta soledad permanece tímida a la izquierda del tiempo, y sin hacer escándalo
aprieta mi alma, como recordándome que seguirá ahí dentro,
para que no la olvide.
Mario Cid