Estar en una ciudad universitaria. En la que respire la libertad. Donde la mentira no venza a la verdad. Y la juventud sea siempre libertaria. Un hospital con enfermos. Que sean creyentes o ateos. Que nadie se confiese en los aseos. Y que al final no sean cuerpos yermos. Tener cerca una ermita vacía. Cuya única señal de vida es la fuente. Sin la turba de la ruidosa gente. Y la mística tristeza sea callada alegría. Tener envidia a los pájaros volanderos. Que se orientan sin tener mapas. Que no tienen ni sombreros ni capas. Y son guías de perdidos viajeros