Amarga la noche
que sentada encima de mi rodilla,
curvabas tu espalda como un arco
mientras mis flechas penetraban en tu alma.
Me llorabas como si fuera un Dios,
y simplemente era la muerte,
que te enterraba bajo las frazadas
protegiéndote del frio de Julio.
Tus manos recorrían mi pecho
donde estaba sellado mi corazón,
los suspiros nos dejaba con ganas de más
y la poesía llenaba la habitación.
La cama estaba inundada de nuetras lágrimas
y aun asi,
navegábamos con los ojos cerrados,
guiándonos por el sonido del mar,
donde las sirenas nos guiaban hacia la locura.
Las olas nos tapaban
y ahogaban las notas del último suspiro,
mientras mis ojos veían
el desastre que había cometido.