¡Recónditas las voces que he vivido!
Me aplastaron los desiertos,
me arrancaron los ojos y las manos
colmillos palpitantes,
clavos herrumbrosos,
con hambre que no he tenido
con odio que no he sentido;
y esa voz sigue allí,
saliendo desde la penumbra
con estruendo mudo,
como si tocara su cuerpo,
como si tocara mi cuerpo.
Yo, que he escuchado su voz y su canto
y he rozado sus manos;
Me taparon los oídos la tierra
y cubrieron la boca
las crueles sombras y el oscuro pan,
con necesidad de avaro,
con avidez de condenado buitre;
Y aun se deja oír en mi sueño
entrando por mi sangre,
mordiendo mi corazón,
trenzada a mi aliento, como las manos
alguna vez.
Yo, que he sentido su palabra en mi lengua
y oído su silencio
respirar en mi rostro,
dormida, extendida en mis ojeras;
Yo, que me he hundido en sus ojos
y en esa boca única, impar
de sonrisa ardiente
como la vida, como el dolor;
Cuando se adelgaza el día, no podría estar
con el alma vacía,
y debajo de la noche, no podría dormir
en un mudo sueño.
He vivido mutilado de su luz,
de sus manos,
de sus pies,
en mitades de lienzo,
entre los peldaños que bajan,
y detrás de los nichos que enamoran;
Entremezclado con los amotinados silencios
he pasado el tiempo,
asfaltado al suelo, esperando dormido
a esa dueña voz que palpita
llena de vida y cosida a mi sueño
hasta la muerte.