Ya no caen
las tardes de estío
sobre tu piel
y mi mano
ya no toca
el bronce bruñido
del que afloraba
ternura y sal.
Llevas
muchos días
en el olvido
y aún no puedo
borrar tu aroma
ni la impresión
que dejaste
en mi ser.
Aquí espero
como siempre,
frente al mar,
soñando que surges
de la espuma blanca
como un prodigioso
milagro de amor.
Sembraré mi anhelo
y brotaré en la playa,
como una palmera
inclinada hacia el sol,
con un ruego
en cada amanecer,
para verte llegar.
Ese soy yo:
esas hojas,
ese tronco flexible
que sigue al viento,
que se inclina al sol,
que espera
que vuelva el estío.
Ese que desespera
cada tarde
y retoña al salir el sol,
tratando de recordar
por qué sigue aquí,
a pesar
de no haber visto nunca
un distinto amanecer.