Espinas que nos rodean el cuerpo;
dolores de aguja gruesa.
Tú en la colina, clara y lejana;
mis manos no alcanzan, rotas yacen.
Un veneno lento me cubre,
rojas grietas que apabullan al corazón;
algo suena mal, algo suena a roto.
Nudos, enquistaciones, lodos... atascan la voluntad,
y no queriendo salir, se esparcen con silencio entre las bocas.
Ni puedo ni sé controlar este fuego,
esta huella invisible que se va expandiendo.
Parece una llama triste,
el miedo a la esquina de una cornisa.