¡Oh amada mía, luz divina y mi tesoro!
Al fin nos hallamos lejos del mundanal ruido,
después de haber por ásperos precipicios huido
no sin poner en alto riesgo nuestro decoro.
Sorteamos numerosos peligros sin desdoro
antes de arribar a la morada de Cupido,
luego en sus tiernos brazos nos hemos dormido
rodeados por un celestial y divino coro.
Aquí estamos solos en silencio tú y yo
muy lejos de la ensordecedora realidad,
donde juntos hallaremos, al fin, nuestra dicha.
Dejemos el ruidoso mundo que nos rodeó,
donde impera el estrépito y la banalidad,
si deseamos acabar con nuestra desdicha.
Canciones de amor.