Subo al piso de arriba.
Abro una puerta asalmonada
hasta comprobar que discuten
dos compañeros de trinchera:
La Locuacidad y el Silencio:
Son pareja de deshecho.
La Locuacidad:
Me tienes harta Silencio.
Voy a la cocina, Silencio.
Voy al comedor, Silencio.
Voy al baño, más Silencio.
Este atronador silencio que abarca
cada rincón de esta casa
va a acabar con mi salud.
El Silencio:
No contesta.
La Locuacidad:
¿Ves, me entiendes cuando me desparramo
desesperada de tanto despilfarro desmadrado?
Tu mudez, ya no digo silencio, me desboca
como caballo que al viento no sabe dónde va.
¿Qué puedo hacer para, al menos, recibir el eco
de alguna de las palabras que necesito proferir,
si no me desgañito hasta el último aliento?
El Silencio:
Hace mutis por el foro. Da la callada por respuesta.
La Locuacidad:
¡Ea, pues ya está, no tengo más paciencia,
tú lo has querido!
¡Ahora mismo, nada más salir del trabajo cojo
a los niños (Taciturno y Facundia) y me los llevo
a casa de mi madre (Desenfrena), que con ella
seguro que estoy en mi salsa, cocina tan bien!
El Silencio:
Levanta el mentón como en ademán de hablar pero...
La Locuacidad:
¿¡Qué, ibas a decir algo!?
El Silencio:
Fin.