Mi halcón levantó vuelo en tus pupilas,
se remontó hasta el Serengueti
voló lejos, sobre el Pacífico,
el bosque lluvioso
y las llanuras de Yellowstone;
posó su garras en la cima de un majestuoso Secuoya,
dió vueltas en el aire,
volvió a casa,
respiró el oxígeno alto de los Tepúes,
Los Médanos y el Pico Espejo.
Visitó los templos antiguos de Asia
y conoció las culturas milenarias.
Aprendió.
En las alturas levantó súplicas
y oraciones a Dios.
Mi halcón vivió.
Sobrevoló el Himalaya
y respiro plenitud.
Realizó quince o más viajes,
quizá fueron veintiocho,
pero un día inesperado cerraste tus ojos,
tus pupilas se dilataron
y sus alas se encontraron heridas durante el vuelo.
Cayó sobre una roca en las montañas de Sebastopol,
y ante tu insistente parpadeo, él agoniza.
Yo muerdo un lamento:
¡He perdido mi halcón!
Y destierro una súplica:
“Cierra tus ojos o regálame una lágrima.
Pues se han ido mis aires de plenitud,
los cuales atrapados en una botella
pendían de sus patas y eran mi regalo.”
Si duermes,
mi halcón podrá irse
a la morada de sus padres.
Melvin Quintero