Pienso en la muerte a veces y que es la cita inevitable de todo ser vivo. Morir no es negociable, no se pagan cuotas para alargar la vida, solo se compra el frío ataúd en donde yaceremos inertes hasta convertirnos en polvo, se compra además el pedazo de tierra en donde pondrán tus cenizas o tus restos y las flores de tu color favorito. Morirse cuesta caro: la iglesia, el cementerio, la comida después de la celebración de tu vida etc. Lo que más siento de mi muerte, es que no estaré presente para escuchar u oír lo que dicen de mí así que tal vez, me decida a escribir mi epitafio.
Sin generalizar por supuesto dicen que las personas que más lloran en los funerales son los más arrepentidos. Eso yo lo comprobé con una amiga que murió y el marido lloraba desconsoladamente. Pero, yo sabía como la trataba y la ridiculizaba en público. Le hablaba mal y le faltaba el respeto como quería. Ahora lo veía llorar y yo me sonreía y mirándolo pensaba: ¡Qué alegría que ya no tenga que soportarte!. Ella, mi amiga diagnosticada con un cancer maligno, me llamó la noche antes de morir y me dijo: “ Querida me parece haber visto un ángel así que me voy pronto a mi morada eterna”. Estaba tan contenta y emocionada que se reía con ganas. Me contó que tenía mucha ilusión de conocer el cielo. “No tengo miedo” me dijo, y con una voz suave y cansada me repitió lo mucho que valoraba mi amistad y se despidió. Al día siguiente me llamó la hija y me comunicó la noticia. No lloré, sólo suspiré y le di gracias a Dios. Ya estaba descansando.
Hoy, pienso en mi propia muerte y en que no siento miedo. Eso es lo bueno de la fe, creer en un cielo que no ves, creer en un Dios invisible, creer en la vida eterna en dónde habrá mucho tiempo para seguir creciendo. No me asusta morir, pero debo reconocer que sí me preocupa la forma. No me gusta sufrir pero tampoco me gustó el dolor que sentí, cuando estaba dando a luz a mis hijos, porque cuando nacieron los disfruté tanto al tenerlos entre mis brazos, que se me olvidó la agonía que sentí al parirlos. La muerte no me gusta, pero como tengo fe que existe el cielo, los ángeles, Dios, y tantas cosas maravillosas que me esperan no le tengo miedo, la espero sin temor. Por último siempre pienso, que entre creer y no creer en el cielo, prefiero lo primero. Es demasiado complicado para mi no tener fe.
Mis reflexiones cuando me pongo a meditar en la vida...
cristina