El olor a leña que arde, invade el ambiente.
Sin poder evitarlo, ni quererlo tampoco, mi mente se trastada a un pasado lejano.
Olor a casa; olor a madre que hace la cena; olor a mi abuela canturreando, tejiendo, sentada, alumbrada con el reflejo del fuego, esa figura hermosa, mística, que encarnaba la bondad; olor de hermanos en torno al fogón; olor de espera que llegue mi padre de trabajar; olor a penumbra de hogar; olor a pan apenas hecho a guiso y arroz; olor a familia, olor a pueblito andino.
El frío se cuela por debajo de la puerta y a través de las rendijas de la ventana, pero no hay nada que temer, papa que está a punto de llegar, mamá, la abuela, mis hermanos, y el fuego nos mantendrán reparados.
La tarde viene acompañada de las tinieblas y la niebla que envuelve el pueblo, sus calles suben y bajan retando las alturas, poco a poco se encienden las luces que en su humildad, retan las tinieblas, de lejos pareces un nacimiento viviente.
Salir, caminar entre la penumbra, ver hacia el cielo y encontrarte con millones y millones de estrellas que con tan solo extender tu mano, parece que las puedes alcanzar. La bodega de don Ortega dónde se escuchan las risas y la algarabía, la gente que va y viene.
–Buenas tardes Omarcito – escucho una voz femenina –
– Buenas tardes, señora Petra, ¿Cómo está usted? – le respondo con la mejor sonrisa que tengo –.
– Bien mi niño – me responde con respeto y cordialidad –
– ¿Cómo está tu mami y tu abuela Magdalena? –.
– Bien señora, mamá en faenas de casa y la abuela ayudándola –
– Salúdala de mi parte y que Dios te bendiga criatura, se ve que estás creciendo, pórtate bien y ayuda siempre a tu mami – en pocas palabras una apreciación, una catequesis, un consejo
– Con gusto daré sus saludos Señora y que tenga usted buenas tardes – respondí –
Seguí ensimismado en mis pensamientos fantásticos mientras veía mi pueblito y el cielo estrellado…
No creo haber sido tan feliz que en aquellos parajes, hoy quiero rendirle un homenaje, a ese mi pueblo querido que vive en mi memoria, que será siempre parte de mi historia, donde quisiera volver y beber agua fresca de su vieja noria…
Que lejos te me has quedado mi pueblito andino,
donde dejé mi niñez, en la alta cordillera,
¡cuánto quisiera volver!, !quien en dicha te viera!
jugar en tus ríos, gozar viendo tu camino.
Que alegre era yo cuando contaba las estrellas,
acostado sin temor en la hierva, verde, fresca,
los domingos ir al río, alegres a la pesca,
por las noches ir a dormir sin dejar querellas.
Te fuiste ya hace tiempo querida Magdalena,
La casita familiar, que alejaba la pena,
sólo es un hermoso recuerdo, una vieja escena.
Me fui triste de aquel paisaje siendo muchacho,
penas, dolor, soledad, viví lejos del rancho,
Sigues, seguirás vivo en mi querido Capacho.