Apenas nos insinúas tu presencia
y ya contamos con la certeza
de tu mano extendida al auxilio.
Tu incuestionable proximidad, se avizora
en la bullanguera bandada de pájaros
que fresca y luminosa
se derrama de tus labios
dibujando al viento
tu gigantez de madre y esposa,
amiga y amante del sol y la luna,
que por designio divino
contemplan el rítmico compás
de tus pasos rumbo
al sonriente horizonte que complacido
te espera en una banqueta
a las puertas del paraíso.
Los dulces signos que te anticipan,
enaltecen tu fraternal solidaridad percibida
en tu remanso de lealtad que desvanece
las inquietudes de la faena pendiente,
en el ánimo ante la aflicción mortificante
o en la alegría contagiosa frente
al desaliento y la pesadumbre degradante.
Cuando al fin arribas a nosotros,
la cosecha de tus promesas ha sido concluida
y nuestras almas yacen apacibles
en la seguridad sin límites que florece
de tu sempiterna generosidad
a prueba de todo tiempo y caminos.