Dónde hallaré la promesa de mi voz?
En qué largo exilio, de ecos renunciados,
descubriré gotas de perfume que impliquen
cadencias de poemas o sombras en mi pecho?
No arden ya, los extensos cultivos?
El tigre de la noche arranca suspiros decisivos
a las largas trenzas de los cuerpos, que buscan,
en su pretérito, mezclas de afanes compulsivos.
Y mi cuerpo es tan ancho recipiente de antiguos
galeones derrumbados, muertos, que exijo
mi voz antes del eco, mi sonido íntimo
que aclare vergüenzas y depósitos de cal.
Las aljibes se llenan de cadáveres de gatos,
de perros, de animales sin salida, y yo hablo
para los gatos, los perros, los animales castrados
e ignorantes de su destino.
Mi cuerpo se quema como una cerilla virgen,
donde planea la desesperanza y la cuchara del negro
aturde con sus sinfónicas flatulencias inexactas.
Los excrementos de los alfeizares de las ventanas,
son de pájaros que han aprendido a hablar a su manera.
Oh, para cuándo mi cadencia y mi ritmo?
Mi intensa voz demostrada?
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