Margarita García Alonso

Apunta a mi frente.


En la chaqueta ha grabado
un nombre absurdo
como si los padres
le hubiesen detestado.
Tiene algo siniestro
cuando arruga la nariz,
nada conmigo, solo
me mata porque piso
su suelo.

Soy la difunta del pueblo.
Los perros se arrastran
en la torcida costa y no está bien
partir sin haber escrito
un ensayo de historia.

Si cubren la herida
-solicita el adolescente-
si el asesino se desplaza,
un trozo de azul mediodía
bordea la sangre y
queda mejor la selfie.

Alguien canta un aria
renacentista, huele a humano.
Debí aprender vileza
pero estoy lista,
hubiese preferido en invierno
pero caigo en primavera,
quizás escape del pico
del pájaro
que revolotea.