He vuelto a inventarme las reglas del juego
haciendo malabares con cerillas.
Incendié las flores rojas en septiembre
y maldecí mil veces a la primavera.
Porque las hojas cálidas de otoño
ya las tiene puestas tu mirada
de humo y sombra, que se abrazan
justo antes de huir
de mis latidos de cenizas,
que retumban y se escapan.
En mi vientre yace tu sonrisa moribunda
y se derrite la sombra
cuando bajan mis colmillos por tu cuello
como cristales con su leve cosquilleo.
Rozan tu estómago mis dedos
cuando me deslizo
con mi pecho esculpido
por tus manos inocentes,
y se desvanece el miedo.
Mi mente vuela como un barco a la deriva
entre las sábanas y tus tristezas
que aquel agosto de difuntos
nunca supe hacer poesía.
Y ya no sé,
ni de qué color veo ya el mar.