Corre el vino por las grietas
que en mis labios
abrió el viento.
Las horas se deslizan furtivas;
se queda el pino solo
con los brazos abiertos
en la carretera.
Entero me sostiene
y acompaña
sólo un sueño.
Ahuyento los grillos,
las sombras: la tristeza,
que vuelven puntuales
noche a noche.
No siento aquí mi espíritu,
veo otro cielo y otras caras
que ayer vestí de olvido; esto es
un final sin fin. La noche
se dispone a ofrendar su luto,
yo, a invocar tu nombre.
Viene y vuelve y va
mi alma
a seguir buscando tu presencia
hoy conmigo
en la distancia.
Ahora que te meces
en la ola blanca
de mi pensamiento,
el vino en mi copa me sabe
a la sal de tu llanto:
al calor de tu pecho.