Aquella noche llovía a cántaros. Los relámpagos se subseguían intercalados con los truenos. El viento ululaba a través de las ventanas. Hacía tiempo que no se veía una tormenta de esas dimensiones.
Raúl guardaba silencio, le dolía ver sufrir a Luna mientras atravesaba los esfuerzos del parto, mas solo podía acompañarla y ayudarla si era necesario.
La pobre lo miraba con mirada tierna y de vez en cuando se le escapaba algún lamento. Él se reclinó sobre ella y le acariciaba su cabecita.
— Pobre mi niña, tranquila estoy a tu lado. Todo saldrá bien. Un poco más y listo mi perrita querida — le decía con voz tierna —.
A primeras horas de la madrugada amainó el temporal, siguiendo una lluvia suave que llegaba a ser relajante.
Cinco cachorros trajo al mundo Luna, hermosos y sanos. Era una pastora alemán fuerte y hermosa.
Cumplidos los tres meses ya los cachorros los habían regalado a los vecinos. Eran ideales para el campo y por ello la gente quería tener uno en casa. Todos fueron acomodados menos uno. El más pequeño de la camada. Aparte de ser el más pequeño, tenía un defecto. Una de sus patitas traseras era deforme. Caminaba con dificultad., ¿Quién iba a querer un perro defectuoso? No servía para nada, por ello era difícil ubicarlo.
— Ya sabes lo que tienes que hacer Raúl. Ponle una inyección y que muera tranquilamente. Así como está nadie lo va a querer y nosotros no podemos tener otro perro más en casa. Ya con Luna, Laica, Sultán y Rey tenemos suficientes —.
— Ya, tienes razón. Me lo llevaré cerca del arroyo y ahí lo sacrificaré. Abriré una fosa y lo enterraré ahí —.
— Mientras más pronto lo hagas, mejor. Después te vas a arrepentir, que te conozco —.
Con mucho dolor tomó la decisión de hacerlo al otro día. Sería muy doloroso para él.
Se depertó temprano, fue al granero. Luna yacía con su cachorro que se alimentaba ávidamente de su leche. Al escuchar el ruido el animalito salió a su encuentro. Se tambaleaba, perdía el equilibrio, se caía pero se levantaba de nuevo y seguía corriendo como podía hacia él. Se entrecruzaba en sus piernas, meneaba su cola. Se le veía muy contento.
Raul tomó un frasco de pentotal sódico y la jeringa, se los metió en el bolsillo. Se agachó, tomó el perrito en sus brazos. Luna lo miraba fijamente. Parecía adivinar lo que iba a suceder. Apresuró el paso y salió del granero, no se le quitaba de su mente la mirada triste de Lía al verlo salir con su cachorrito en brazos.
Tomó el sendero que llevaba al río. Al llegar ató al cachorro en un árbol cercano y comenzó a caber la fosa para enterrarlo. Al terminar se sentó junto al río con el animalito en sus brazos. Tenía preparada la inyección. Un solo pinchazo y ya. Moriría sin dolor alguno. Le temblaba la mano cuando estaba dispuesto a pincharlo.
— ¡Quédate quieto! Si te sigues moviendo te va a hacer más daño — Inquieto parecía intuir su fin inminente. Comenzó a aullar y a lamentarse.
— Vaya por Dios, cállate y no hagas más duro este momento —.
Le introdujo la aguja y el pobre animalito chilló fuerte, cuando estaba dispuesto a introducir el líquido escuchó ruidos cerca.
— Buenos días señor Raúl — una voz de niña se escuchó a su lado.
— Buenos días Laurita. Madre mía que susto me has dado —.
— ¿Qué hace? —.
Sacó la aguja sin haber introducido el líquido. No podía hacerlo en presencia de alguien y menos de una niña.
— A ver cómo te explico. Este perrito ha nacido enfermo, es decir, tiene una patica defectuosa. No puede caminar bien y no va a servir para las faenas del campo. Estoy a punto de sacrificarlo. Me duele mucho hacer esto, pero no tengo más remedio. Le voy a poner una inyección y se va a dormir tranquilo, no va a sufrir — no sabía como explicar sin ser cruel mientras el animalito se debatía entre sus brazos —.
— Pobrecito. Entiendo, como no está perfecto como los demás, hay que eliminarlo. Tiene un defecto y hay que matarlo — su voz era temblorosa —.
— Eh, sí, digamos que sí —.
— Regálemelo señor Raúl. Mis padres no tienen dinero para comprar uno. Para algo servirá, estoy seguro de ello. No lo mate, ¡Regálemelo! —.
— Te lo puedo regalar, pero a tus padres seguro que no les va a ser gustar —.
— No se preocupe, démelo y yo me encargo. Hagamos un trato, yo me lo llevo y si realmente no lo quieren en casa, se lo traigo de nuevo y así lo sacrificará —.
— No me hace mucha gracia esto mi reina, mejor lo hago ahora y resuelto el problema —.
— ¡Por favor!, ¡Por favor! —
Quién se puede resistirte a semejante súplica.
— Está bien. Llévatelo. Espero que no me lo traigas después —.
— ¡Gracias!, ¡Gracias!, ¡Gracias! — saltaba de alegría mientras prácticamente se lo arrancó de sus brazos —.
— Por cierto ¿Cómo se llama? —.
— No le hemos puesto nombre aún Laurita —
— Defectuoso y sin nombre. No pasa nada, me encargo yo — Se fue contenta con su cachorrito en brazos —.
Más allá se detuvo y comenzó a jugar con el animalito. Se sentía feliz. Toda la vida había soñado con tener un perrito, pero no había sido posible. Este sería su perrito y lo cuidaría siempre.
— Lo primero que haremos es darte un nombre — dijo dirigiéndose a él. Este ladraba y se movía en todo momento — A ver, te llamarás Leo. Sí, Leo es un bonito nombre para ti. Vamos Leo, ¡Corre!, ¡Corre! — Se tambaleaba y caía, se volvía a levantar y seguía a su dueña.
Pasarón los años y Raúl no supo nada más del perrito. Temía que Laurita se lo regresara y tuviera que terminar el trabajo que había comenzado. En el fondo se sintió feliz de no haberlo hecho. Sabía que vivían no lejos de su rancho. De vez en cuando veía a sus vecinos, pero nunca al perro.
— Madre mía Raúl, se avecina una gran tormenta — Dijo Rosa a su marido — .
— Sí, ya los animales están seguros en el corral. Les puse suficiente comida y estarán bien bajo techo. También he dejado a Luna y los demás perros ahí. Les noto un poco nerviosos, pero es normal por la cercanía del temporal —.
Comenzó a llover muy fuerte. El caudal del río comenzó a crecer como nunca lo había visto antes y a cierto punto se desbordó. Lo primero que anegó fue al granero donde se encontraban los animales. Raúl no pudo hacer nada, temía por su vida y la de su mujer. El agua comenzó a entrar por casa. Subieron al techo de la misma. Era un paisaje aterrador. El agua continuaba a subir. Cerca de casa estaba una montaña, era la única salvación, ir hacia la montaña, ¿Pero cómo? No tenía una embarcación. El agua continuaba a subir hasta que los cubrió. Se sostenían a la antena de casa, pero esta no iba a sostenerlos por mucho tiempo.
— ¡Dios mío! — Exclamó fuerte tomando la mano de su mujer —.
De repente vieron a lo lejos una familia, estaban en la montaña. Les hacían señas, pero no entendía.
— ¡Auxilio! ¡Auxilio! Gritaron al unísono —
Vieron que algo se acercaba a ellos. Al detallar mejor vieron que era un pastor alemán. El animal nadaba hacia ellos. Al llegar cerca, dio la vuela y se dispuso a regresar. Ladró fuerte.
— Rosa, agárrate del perro, abrázalo y déjate llevar —.
— ¿Y tú? ¿qué harás? No me voy sin tí —.
— ¡Venga mujer! No estamos para discusiones en este momento. Agárrate fuerte que yo voy detrás de ti nadando. No te preocupes —.
Rosa se asió al animal, lo abrazó y éste comenzó a nadar en dirección a la montaña.
Raúl se atrevió a nadar e iba detrás de ellos. La corriente era tan fuerte que a cierto punto Raúl no se volvió a ver. No estaban lejos de la montaña donde los esperaban.
El perro dejó a Rosa en la orilla y sin pensarlo dos veces se tiró de nuevo en busca de Raúl.
La familia acogió a Rosa y se quedaron todos mirando a ver qué sucedía. De Raúl y del perro ni rastros. La corriente era muy fuerte y todo lo arrastraba. Pasaban árboles, palos, cadáveres de animales ahogados….
Rosa comenzó a llorar desesperada abrazada a una señora que estaba junto a ella. Cuando habían perdido todas las esperanzas, vieron una cabecita que se acercaba. Agudizaron la vista y vieron al perro, detrás de él la figura de Raúl exhausto y sin aliento. Al llegar a la orilla Rosa salió corriendo junto con los demás, ayudaron a su marido a salir del agua.
La corriente comenzó a arrastrar al perro. Había dejado a Raúl en la orilla y ya sin fuerzas se abandonó a la corriente.
Laurita gritaba desesperada llamándolo, pero de él a cierto punto no hubo ni rastro. Ella oteaba al horizonte con la esperanza de verlo de nuevo, pero nada. La corriente, sin ningún reparo se lo había tragado literalmente.
— Laurita, eres tú — Dijo asombrado Raúl y comenzó a toser fuerte —.
— Si señor Raúl y ese que lo ha salvado es Leo, el perrito que hace cinco años usted quiso sacrificar, eliminar, porque era un inútil, defectuoso, que no servía para nada y resulta que hoy le ha salvado la vida — dijo entre llanto —.
— Oh Dios mío, cuánto lo siento —.
Laurita se abrazaba a su madre. El dolor le desgarraba por dentro. Ella misma había dado la orden a Leo para que fuera a salvar a Raúl y Rosa. Se sentía destrozada, pero no se arrepentía de la orden dada. Los años pasados junto a Leo habían sido los más hermosos de su vida. El animalito se había acostumbrado a su anomalía la cual no le era impedimento para nada.
A lo lejos se escuchó un lamento. Laurita salió corriendo y detrás de ella como pudo Raúl y todos los demás. Como a 500 metros de donde se encontraban, se encontraba Leo. Laura se abalanzó sobre él y comenzó a llorar amargamente.
— ¡Gracias Dios mío! ¡Gracias! — gritó entre sollozos con el animalito en su regazo —.
Raúl lo tomó en sus brazos y juntos, el pequeño grupo, fueron a resguardarse en un ranchito que se encontraba no muy lejos, ahí se pondrían al reparo del mal tiempo. Mientras lo llevaba no dejaba de llorar, no solo por haber perdido tantas cosas, sino porque cinco años atrás, en el mismo lugar donde lo habían salvado, estuvo a punto de sacrificar a quien ahora había salvado su vida, poniendo a riesgo la suya.
Increíble las vueltas que da la vida. No dejo de pensar y reflexionar. Saque usted sus propias conclusiones.
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