Di contigo como se averiguan los valles,
esos valles que salen al camino abriéndose
al alivio del exhausto caminante.
Te hallé siguiendo el rastro de tu voz,
una voz que latía del intersticio de otra voz.
No pude por menos de prosternarme de gozo.
Tu voz no era voz sino trino que me conminó
a sujetarme a su mástil, un mástil vencido
al precipicio de una sirena que frustrada
de su canto selló su tumba de roca.
De tu voz viré hacia tu sonrisa,
una sonrisa casi inexistente,
una sonrisa que apenas siendo mueca
inaugura la retórica infinita de Cicerón.
Una sonrisa que dice por los ojos,
ojos que cantan de gesta la fábula
emergente de tu alma;
lagos que por inmensos pertenecen
a ninguna parte
Una sonrisa que...