Tantos caminos he recorrido que aprendí a no tener que elegir
un destino donde llegar.
No hay estación terminal
ni final de ruta en el mapa de mi vida.
Disfruto cada día
como un viaje único e irrepetible.
Compartir el pan y el vino con mis amigos
en largas noches sin final, es para mí la alegría del vivir.
Sé de dónde vengo, sé a dónde he llegado,
no sé a qué lugar mi camino me llevará,
que la vida me sorprenda es mi gusto por andar.
No quiero una vida programada, prefiero la libertad de no saber que pasará, no quiero tener que hacer el amor, beber, comer o dormir porque así escrito está.
Mis amigos saben que no quiero compasión ni complacencia, quiero sus abrazos, sus quejas, sus copas de vino compartido, quiero las madrugadas meciendo lunas con guitarra y pura conversacion, quiero amanecer nuevos soles con sus abrazos, para seguir batallando junto, las afrentas de la vida.
Amo las palabras como instrumento de construcción, como lenguaje universal del amor.
No sé vivir de otro modo, que dejando la vida a cada paso, quiero amar sin medida hasta el final de mis días.
Porque esa es mi forma de vivir, ese es el camino que siempre elegí para sentir que vale la pena vivir.
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