Huyendo de mi, del hastío que a veces produce el alma, al no entender porqué, me hala por caminos y senderos inimaginables. Deseando quizás, aprenda a degustar la vida, a saciárme de su propia sapiencia o saturarme de sus falencias. Acudí una vez más, a descorrer el velo del ventanal sagrado de la imaginación, de mi imaginación.
¡La noche se hizo noche y un manto cristalino descendió del firmamento sobre la humanidad, sobre mi humanidad!
He comprendido que toda idea, es algo más que un llamado del espíritu a entender su esencia. En aquellas cavilaciones estaba, cuando vi una Mirla en mi jardín. Escuche su canto, ¡hermoso además! Al otro costado, silencioso y agazapado se hallaba Micifuz. El Verde turquesa de su mirada recobro tal vitalidad.
Revoloteaba de un lado a otro, sosteniendo en su pico una rama verde hojarasca. Su mirada oscura e intensa quería devorar de un salto, la existencia natural, mi propia existencia. De pronto, la vi volar alto como si quisiese decir adiós. Más, volando en círculos, regreso en picada a mi ventana, dejando sobre mis manos la hoja verde hojarasca en forma de corazón.
Por un instante, que pareció eternidad, clavó su mirada en mis pupilas. Confrontamos en choque profundo de beatitud y gratificación, nuestras almas, nuestros espíritus, nuestro propio corazón. E ipsofacto, levantó sus alas y la mirada al firmamento, dejando a su paso una nube de amor y sueños.
¿Qué era ésta hermosura que de un soplo lanzó mi tristeza al abismo, al hades? ¿Porqué en forma de corazón y a la hora del cenit nocturnal, una Mirla en mi Jardín?
Apartando los alelíes, Micifuz, al igual que la Mirla, lanzó su mirada certera directo a mi corazón. Quizá entendió, lo que aún, yo no.
Imagen de: Pájaros, fotografía y otros vicios
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