Me encantás –te digo.
¿Quién te entiende? –susurrás en mi oído.
De acuerdo,
te explico:
tus labios
son mi mayor delirio,
sin embargo,
le tengo pavor a los compromisos.
Todas mis tardes
las quisiera pasar contigo,
descansar en tus brazos,
escuchar tus historias…
¡Dios!
Ni siquiera tengo la necesidad
de comerte la boca.
Pero…,
eso a mí no me toca.
Lo sé…
Mi lógica carece de sentido.
Y es que,
para mí, vos…
Sos un fantasma.
Una sinvergüenza;
a ninguna ley le rendís cuenta.
Aparecés en plena luz de mañana,
y, aun así,
me atormentás en las madrugadas…
¿Qué te pasa?
Si sabés que me pierdo en tu mirada,
¿por qué me volteás a ver
sabiendo que no querés nada?