Una cálida mañana del mes de julio,
cuando descubrí la soledad de tu casa,
mis pies se deslizaron por la suave arena
que inundaba la superficie de la playa.
Mi loca imaginación voló por un instante
a remotas regiones con alas ingrávidas,
donde hallar incólume tu blanca figura
y ver extasiado la beldad de tu cara.
Un espíritu del aire entonces me dijo
que de ti por mucho tiempo me olvidara,
que olvidara que un día te había conocido
en el perfumado jardín de tu morada.
«La preciosa rosa de tus sueños —me dijo—
ha volado al lejano país de las hadas,
oculto en las regiones etéreas y remotas
por donde aparece el lucero del alba.
No malgastes tu tiempo en vanas ilusiones
ni pretendas seguir sus tenues pisadas,
pues no dejó huellas visibles en este mundo,
tan sólo en tu imaginación acalorada».
El tenue espíritu se desvaneció en el aire
sin dejarme emitir una sola palabra,
después me fui perdiendo con pasos morosos
entre todo aquel gentío que me rodeaba.
Canciones de amor.