Rebusco en mi memoria, recuerdos de mi escuela,
encuentro tres mujeres, retratos de bondad,
plantaban en mi mente la blanca y regia estela
que tienen los principios de grande integridad.
Magníficos y tiernos, sus dones de mentoras
regaron mi existencia con aguas del saber;
me dieron su enseñanza semillas productoras
de paz y de justicia, de amor y del deber.
Añoro con nostalgia sus voces cariñosas,
su forma de enseñarme, con tanta abnegación,
sus cálidas sonrisas, tranquilas generosas,
de quien entrega el alma con santa devoción.
Por eso sus consejos conservo eternamente,
heráldicas maestra que dieras tanto amor:
Elbita que tenía el rayo incandescente
del faro luminoso brindando su fulgor.
Y... Lilliam, siempre llena de mágico cariño,
me dio con su dulzura, de la instrucción la miel;
con sus maneras suaves, como la piel de armiño,
ponía en cada frase perfume de clavel.
Y luego llegaría maestra incomparable,
sinónimo de honesta, con recia excelsitud:
Beatriz, que me ofreciera, con su ejemplo loable,
la guía del camino de honor y rectitud.
¡LLenaron sus virtudes, mi numen de ideales;
incólumes modelos que viven siempre en mi;
que fueron sus lecciones grandiosos torrenciales
en cuyas limpias aguas de niño yo bebí!
Autor: Aníbal Rodríguez.