Tengo en mi patio una planta
que dos veces falleció.
La primera por un golpe;
la segunda, por amor.
Como aún era pequeña,
el golpe partió la rama;
poco a poco perdió las hojas,
y también la única flor.
Quedó seco el frágil tallo,
pero en la base,
cerca de la tierra,
un hilo de vida quedó.
Amputé la muerte y dejé la vida;
acaso un suspiro, solo un suspiro,
pero el alma quedó viva
y a los días de mi angustia.,
una pequeña hoja,
casi pegada a la tierra,
allí donde la muerte nos llama,
del tallo casi muerto, brotó.
Pero el destino es incierto
y persistente,
y al tiempo de renacido,
el pequeño arbusto florece,
florece...
Sin pensar las consecuencias,
cambie de lugar la planta,
porque la vida del hombre
se organiza y se acomoda
sin pensar en una flor.
Solo pasaron dos días,
solo dos.
No quedaron flores;
murieron todas las ramas,
y de nuevo el tallo firme,
como una espada
en la mano del guerrero herido;
o como un índice amenazador,
parecía que me miraba,
allí estaba,
como un fiscal,
apuntando al corazón.
Un hilo de vida
o de muerte,
en el mástil de la planta,
de cara al sol,
como Martí en su batalla,
en espera del tiro de gracia,
quedó.
Rápido corté la muerte,
intenté dar oxígeno al pequeño tallo,
como quien salva la vida
de un bañista que el mar llamó.
Sí, rápido corte la muerte,
casi pegado a la tierra,
allí donde acaba la vida…
Y el resto de este relato
es una flor.
Frank Calle (21/ septiembre/ 2019)