Evoqué tu mirada taciturna
al sentir que los pinos
se negaban,
a mirar mi soledad marcada
por el signo de la pena
y la desgracia.
Evoqué tu sonrisa enigmática
al sentir que el arroyo
no cantaba,
y se filtraba medroso
por las rocas y las zarzas,
mientras lloraba.
Evoqué tu infantil egoísmo
y la voz de tus cuerdas templadas,
tu figura estatuaria,
como venus menuda
sumergida en mil rosas de nácar...
Evoqué tantas cosas,
pero más que esas cosas
evoqué aquel anhelo profundo
que aunque terca disfrazas,
de ser faro que alumbra,
agua al sediento,
brújula al náuta,
voz que proclama cantando
al dador de la vida,
el amor y la gracia.
R. Gruger
Jarabacoa, 1984