Querría que fuese otoño. Otoño cada vez
que me pongo a escribirte o a pensarte.
Otoño porque siempre
que veo caer las hojas y cubrirse
de ámbar y nostalgia las aceras,
recuerdo aquellas tardes de noviembre,
y a ti tras los cristales y bajo tus quehaceres,
y a mi simpatizando con tu indiferencia.
Querría que fuese otoño, hoy y siempre,
porque otoñales fueron nuestros primeros pasos;
opuestos al principio, claro está,
y muy poco más tarde, acompasados;
otoñales también nuestras primeras huellas,
nuestros primeros sueños, nuestros primeros hábitos.
Querría que fuese otoño. Otoño, por qué no,
esta tarde en que anoto mis codicias,
mientras estás en casa, deslizando
lentamente tus sueños por las alternativas
que cadencias y escalas te conceden,
mirándome y sonriendo, interpelándome
u olvidándome a ratos para buscar
aquel antiguo libro desusado,
o para anexionarte mi butaca
o añorar cualquier cosa con aire displicente.
Querría que fuese otoño, y es otoño,
quizá aún incipiente
en nuestras leves vidas silenciosas,
exhortadas a ser ineludible
y equitativamente relegadas;
el otoño de todos mis versos, que comienzan
a descarnarse en folios y anaqueles;
el otoño de todo lo que un día
quiso ser esplendor y deflagrar
en nuestros ojos párvulos de entonces.
Es otoño y nosotros, otoñales
convencidos y austeros, continuaremos siendo,
bajo el palio indulgente que el instante sufraga,
garantes de este ensueño en que escogimos
encubrir primaveras.
(De mi poemario \"De tránsitos y sombras\")