Te llevo en mi pecho prendido.
Te arrastro por las calles silenciosas, por la rambla solitaria.
Recuesto en la arena tu sombra adherida a mi espalda,
inseparable como mi misma sombra.
No quiero soltarte,
ni dejar de sentir como se miran tus manos
en el espejo cálido de las mías.
Nada es perfecto, nada es único,
como el fulgor de tus ojos
detenido en el cristal de mis lágrimas.
La vida es nada sin tu aliento
moviendo el plumaje de mis alas,
mis alas que crecen bajo tu sueño,
mis alas elevándome más allá del mundo,
mis alas que son tus alas en vuelo conjunto.
La vida es nada sin tu aliento
avivando el fuego de mi hoguera.
Te llevo conmigo, pegado a mi piel.
Esclavo mi cuerpo bajo tu sombra,
esclava la tierra bajo tus pasos
que siguen mi camino.
Un estanque mi boca donde te hundiste
como una piedra y te mantienes en el sabor
de mi lengua y mis labios.
Recuesto tu sombra en la arena
y mis manos estrujan tu recuerdo
bajo la luna, testigo incorruptible de este amor.
Ángela Grigera
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