El otro yo

El veneno perfecto

Las noches le sabían a cicuta en los dedos,
le acariciaban la soledad a pedazos,
y se rompía cada vez un poco más.
Lo extrañaba con la fuerza de un río sin cauce,
con la venda en los ojos del cielo,
mientras el fuego interior se volvía cenizas.
La noche la encontraba más jodida que antes,
con la luna impregnada de insomnio, 

desgarrando la luz tenue que iluminaba el túnel,

Y es que la soledad.... 

La  soledad siempre le costaba muy caro

y el verdugo de siempre le ataba las manos,
los pedazos de escombro se abrían
y el corazón le explotaba de pronto.