¡La vida se consume en el atardecer de la muerte
Y la muerte fenece en el presagio de la vida!
Caminó bajo el faro lunar en noches de luna llena. Las sombras que proyectaban los árboles, dieron al ambiente un aire fresco, y el viento inquieto desdibujó las imágenes. Los mechones dorados que deslizaban de sus hombros, se negaban a permanecer incólumes, y sus pies, no rozaban el piso.
La blanca estrella que por minutos vislumbraba en su frente, se tornaba crisálida. Su dorada túnica ondeaba al compás de sus emociones, al igual, que el profundo intenso de su mirada.
En el pináculo del árbol prohibido. Una parte de éste, que asemejaba a una puerta, se abrió a su paso, bajando por las mágicas escalinatas que llevarían a la Ciudad perdida, en el santuario de su alma divina.
El aire liviano se tornó espeso y translúcido. Casi que podía tocarse. Un joven de hermosa mirada, la espero a la entrada de la Gran Ciudad. Fue reconocido por ella ipso facto. Tomo de sus manos la bandeja, e inclinándose, avanzo sin mirar atrás. Ella, siguió en el aire, sus mágicos pasos.
El príncipe fijó su vehemente luz en el aura de sus entrañas y poso sus manos, en el núcleo de su blanca estrella.
La bandeja difumino en el epicentro del salón real, la verdad de lo acontecido. Y el rey, tomando su cetro, extendió sobre la misma ¡beatificante aroma de amor y sueños!
¡Sacros alelíes que reflejaron sobre la madre tierra, el sabor inigualable de la justa medida!
* Imagen de Taringa-219.
Luz Marina Méndez Carrillo/26/06/2019/Derechos de autor reservados.