Alberto Escobar

Uvi

 

Te querré más allá
del tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lloraba, en silencio.
Lloraba a las cinco de la tarde, era julio, primeros días,
después de un examen de contabilidad.
Su hermano se debatía entre la vida y la muerte.
Se montó en un coche familiar hacia Mérida, allí yacía,
en la UVI de un hospital con nombre de infanta.
Su hermano era en su vida brillo de estrella en la noche;
su luz se hacía notar a los incontables años luz de ser
emitida de su foco, su calor era casi fría ausencia,
solo los apellidos eran testigos de lo consanguíneo.
El fémur de derecha e izquierda eran una espesa
consecuencia sobre la roja savia circulante.
Su boca era embocadura de manantial lechoso
de preciso y vital vertido. Solo su determinación
fue juez y parte a la sentencia.
Él lloraba, lloraba en silencio.
Él lloraba su cornada a las cinco de la tarde.
Él lloraba, se lloraba a sí mismo si fuera él.
Él lloraba su ausencia, no la de su hermano,
que ya era marca y seña en sus anales.
Él lloraba su abandono de la fiesta, sin que
su reloj se lo pidiera ni cierto cuento ceniciento
acampanado en las doce de la noche.
Él no podía llorar una ausencia que ya era
carne de su carne, no, no era posible a la lógica
del sentimiento, no.
Él lloraba la única ausencia que podían llorar
sus noveles años de entonces; la suya.
La imaginación tiene estas cosas...