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La pequeña senda de la esperanza (Reflexión)

 

 

Siempre he sentido admiración por las aves. Esa capacidad de volar, de planear en las corrientes de aire, de la visión que tienen desde lo alto; me dan una sensación de libertad total. Me entristece mucho ver un ave enjaulada. 

Cuando me adentro en medio de la naturaleza, puedo observar una gran cantidad de especies que existen en mi zona. La variedad de cantos, colores variopintos de sus plumajes, tamaños diferentes. Algunos más tímidos, otros más curiosos y atrevidos. 

A la orilla del camino por donde suelo ir, hay una arboleda. En medio de la misma han colocado unos bancos donde cualquier viandante puede reposar. Me senté, hice silencio y contemplé. El viento era fresco y ya se podía notar el efecto del otoño en los árboles que me rodeaban. Ensimismado en mis reflexiones, se acercó un jilguero, lo pude reconocer por su máscara facial roja y las alas negras con una franja amarilla, pero sobre todo por su hermoso canto. Lo que más me llamó la atención es que se posó en una rama bastante delgada, muy frágil, pensé que de un momento a otro se iba a romper. Ahí se centró mi reflexión. 

La confianza del jilguero o de cualquier otra ave no reside en la rama, sino en sus alas. En sí misma. Por ello puede posarse en cualquier rama, aunque esté seca. 

En la medida en que baso mis seguridades en lo exterior, en los demás, en lo que me rodea, se hará presente la inseguridad, los miedos, la desconfianza. Si esa seguridad se basa en mi interior, en mis capacidades, en mis valores, me sentiré tranquilo, sereno, confiado. Aún en los momentos de incertidumbre, que no han sido pocos en esta etapa de mi vida. Tengo la certeza de que todo no depende de mí. Hago lo que está de mi parte, pongo todo mi empeño y después las cosas vendrán a su tiempo y momento. Todo tiene un por qué en esta vida; al momento no logro descubrirlo, pero después se desvela todo. Paciencia y perseverancia me ayudan. 

En los momentos en los cuales no vislumbro el sol al horizonte, en que todo se torna oscuro y no distingo la estrada, sigo caminando a paso lento; superando dos tentaciones: detenerme y sentarme a la orilla (lamer mis heridas en total auto-compasión y victimismo) o mirar hacia atrás (recordando tiempos pasados, dejándome arrastrar por la tristeza y la nostalgia que me llevarían a la depresión es decir, a la autodestrucción). Cuando la noche se hace más oscura me viene a mi mente las palabras del salmista, también en un momento particular de su vida: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor (espera Kavi en el Señor) ahora y siempre (Sal 130).

Cualquier situación que atravieses, por muy dolorosa que sea, no te detengas ni mires atrás. Sigue adelante, camina más despacio, despacito, pero camina, sigue por la pequeña senda de la esperanza.