Alimenta el alma
con el mismo cuidado
que alimentas el cuerpo,
selecciona la información,
cuida que sea fidedigna,
fresca y sin contaminar.
No la tomes en grandes cantidades,
elige pequeñas dosis
y tómate tu tiempo en digerirla,
sácale todo el provecho posible
y elimina todo aquello
que huela a manipulación
y a podredumbre.
De esta manera, tu cerebro,
como tu cuerpo, será ágil y fuerte,
estará preparado para distinguir
“las voces de los ecos”,
la mentira de la verdad
y alcanzará sabiduría.
El exceso de información abotarga
y al igual que una droga,
atrofia la mente
e intoxica el cerebro.
Lee, escucha, pregunta, atiende,
pero sobre todo,
analiza todo lo que te alcanza,
solo así lograrás el equilibrio
y estarás en condiciones
de perseguir la verdad.