Diego Nicolás García Contreras

El rey de los lamentos (buena idea 8)

En la escacez de un reinado, su rey se mantenía incólume, abasteciendo la mirada impavida de los suplicantes ciudadanos que llegaban en Centenares a pedir audiencia a su trono. El no escondía su rostro y hacía repartir bolsas de castañas a los subditos quienes se iban confiando en la experiencia y talentos de su gobernante para salir de la crisis. Además hacía artimañas para mantener el pan en la boca del pueblo, mismo esto significando el agotamiento de los recursos de emergencia. El país era una crisis, la sequía azotaba y las piblaniones sedientas tuvieron que moverse a las montañas para encontrar algo de agua. El rey mantuvo su trono, aunque el oro que anteriormente relucia en su palacio, fue vendido y cambiado por bronce o placas de metales relucientes. El rey no se importaba con la ostentación y los lujos así que hizo fundir el oro y vender todas las riquezas en favor de la satisfacción diaria del pueblo. En su palacio se comía igual que en el pueblo y todos los días en la oscuridad miraba los retratos de su dinastía enfurecida por no respetar los códigos reales. A quien he de honrar, se preguntaba todos los días... A las dulces voces de los niños que tiraban de su túnica y llevaban agradecimiento a su nombre, o a las voraces y infundidas voces altaneras de su pasado... Ellos a veces aparecían como sabios conocedores de los secretos del mundo .. Tal vez todo tiene su lugar y yo soy rey para vivir como uno... Tal vez el desequilibrio y la brecha de clases es un designio perfecto que al final tiene su finalidad reguladora. No lo sé... Pensaba mientras se atoraba comiendo castañas en Almíbar. Esto a toda hora. El delirio de rey fue en aumento... Estaba desorientado, el también se sentía frágil y aunque no lo demostraba lloraba en su alcoba todos los lamentos de la noche, y no encontraba en nadie verdadera compañía, los sirvientes encontraban la paz en la familia y tenían algo por que luchar... Este rey cumplía su papel pero no lo amaba, no se reconocía sabio ni bondadoso, simplemente quería servir, sentirse útil, responder a la confianza que le dieron. Y sus antepasados nunca le otorgaron esas garantías... Al final del día el era un hombre más, necesitando aprecio, real aprecio, colaboración no obligación, todos notaban las arrugas de su capa y la opacidad de su corona pero nadie indagaba en los tesoros de su alma. Ni el mismo puesto que el cofre sirmpe estuvo cerrado. Sujeto a la condicionalidad de la aprobación, al escrutinio y la carencia de cariño personal, el rey se desvelaba por las noches mirando las estrellas y cubriendo de tinta blanca las piezas del palacio...