VITRALES DEL ALMA

LA MANSIÓN DE LOS ESPEJOS

 

 

 

 

Entrar a la mansión es algo misterioso. Es como si la hermosa puerta de acceso, absorbiera no solo el cuerpo,  sino también el alma de sus moradores. Le dicen: “Mansión Valle de Lilí ” Yo la llamaría, Mansión de los Espejos. En cada rincón, encontrarás estos hermosos artefactos de diversos modelos y tamaños.





¡Los espejos, reflejo del alma,  del alma humana!




El mayordomo, un hombre con más de sesenta años,  y cincuenta, al servicio de los dueños de la mansión, es el personaje, conocedor al dedillo, de secretos, glorias y desgracias de la misma. Igual, de sus profundos y tenebrosos misterios.

Durante años, albergó personajes de la vida pública. Esta vez, se esperaba la llegada de un visitante, del cual, nadie sabía un ápice. Todo lo referente al extraño personaje, envolvía un reverendo misterio.

Dicho lugar, se ha ido modernizando, con el transcurrir de los años. Últimamente, renovó su fachada con paredes de cristal. Contempla: cincuenta habitaciones, treinta y tres son dormitorios. Un vasto y hermoso valle la envuelve, en un aire enigmático y a la vez, misterioso.

En sus alrededores, el aire es tibio y liviano,  y el personal, silencioso. Distinto al saludo, no cruzan palabra alguna.

*

Conoció por aquel entonces, a Liliana Santacruz, dueña de la mansión. Mujer alta y madura; las facciones de su rostro y la gracia de su sonrisa, permite vislumbrar, la belleza de su juventud. Nunca visita la casona.

Recorrió kilómetros. Tal vez cumplía una cita con el destino.

Limpió su rostro con una servilleta enjugando el sudor. Tomo de su maleta de mano una hebilla y sujeto su largo cabello. Mechones en forma de cascadas caían sobre sus mejillas. El color miel de sus ojos conjugaba a la perfección con el rubio de su pelo y su gloriosa juventud.

Se deshizo de la ropa, dirigiéndose a la zona de confort, como le decía.

Posó con delicadeza su cabeza en el borde de la bañera, quedando su cabellera fuera del agua. Sumió el cuerpo en plácido descanso, mientras, su alma, volaba a gran velocidad. El agua tibia y perfumada, cumpliría a cabalidad su misión.

*

Al sonido del timbre, el mayordomo camino presuroso en dirección a la puerta de acceso. Saludo bajando la cabeza. Espero unos minutos y tomo dos grandes maletas, en dirección a la habitación veintisiete.

– Descifrar enigmas no es mi fuerte, pero a veces, la situación lo amerita- musitó para sí, mientras pasaba por su nariz,  un diminuto y perfumado bolígrafo.

Al caer el crepúsculo nocturnal, los huéspedes de la mansión, interrelacionan en la sala de estar, bajo el efecto delicioso del aroma de una taza de café colombiano. Pero aquella noche, nadie apareció. Era como si todos se hubiesen esfumado.

El reloj marcó las ocho.

*

Observando a la nueva huésped, deshizo sus maletas. Días anteriores, había tomado la decisión de marchar.  Algo más allá de su percepción se lo impidió. El sitio es encantador y abriga en sus rincones una capa de misterioso. El silencio del personal de servicio, el espíritu silencioso del valle y el alma de la casona, contribuyen a su esencia.

Dejó a un lado la prisa. Era su deseo, dar fin esa noche a la novela. Espejos, silencio, misterio. Todo lo que anhelaba.

Hospedada en la habitación treinta y tres de la planta alta, la más privilegiada de aquel inmueble. Se disponía a guardar el borrador de su obra, cuando observó a través de la ventana, a Josefina, la hermosa mujer que días antes llegó a la mansión. Dirigía sus pasos a una de las bancas metálicas situadas en las laderas del Valle.

De repente, un aire infernal recorrió el lugar, golpeando fuertemente la puerta de su habitación. Fuera, el viento había arrancado con fuerza la blusa de aquella mujer, dejando al descubierto, un mini corsé, que la hacía ver aún más hermosa.


¡Esta mujer es una tentación! – pensó.



Contempló por largo rato el firmamento, y a eso de las seis de la tarde, se dispuso a divagar en el último de sus fragmentos. Se miró al espejo y musitó: ¡Carlota, estas hermosa!

En esas cavilaciones andaba, cuando escuchó el sonido de una caja musical proveniente de la habitación veintidós. Sintió pánico. Sabía que se encontraba vacía.

La melodía se escuchó alrededor de un minuto. Luego… silencio sepulcral.

La noche se eternizó y ella, dando vueltas en la cama. No pudo conciliar el sueño.

El crepúsculo rasgó el manto de la noche, poniendo al descubierto la magia de su encanto.




EL GATO




Cómodamente sentada en la sala de estar. Daria cuenta, quienes entraban y salían de la mansión de manera insospechada. Tres, cinco y hasta diez minutos y nadie apareció.

De repente, un hermoso gato blanco con un cascabel adherido al cuello, subió presuroso las escaleras. Dicho animal, en su trayecto, dejaba una pequeña, casi diminuta mancha roja en el piso. Parecía sufrir una lesión en la pata izquierda.

Carlota viró en varias direcciones, en busca de miradas inquisidoras. Presurosa, corrió tras él. Lo curioso, se esfumó en el pasillo que conduce a la habitación veintidós.

Extraña fusión de curiosidad y miedo la invadió.

Don Arcadio, cortaba rosas amarillas en las laderas del Valle. Aprovechando el momento se acercó y dijo: ¡Hermoso gato! La miró estupefacto directo a los ojos y dijo: ¡No he visto un gato en ésta mansión y sus alrededores hace tiempo!

¡Se estremeció!!

De oídas, supo de la llegada de un visitante a la mansión. Ipso facto, su intelecto, lo relaciono con el gato misterioso. El mayordomo bajando la cabeza se alejó del lugar.

Cae la noche. Los habitantes de la mansión se resguardan en sus habitaciones.

Abrió un tanto la ventana y una brisa arenosa con sabor a lluvia golpeó su rostro. Se alegró de no haberse ido. Sacó el portátil, lo colocó sobre sus piernas e inició su divagación. Al lado, de forma casi irónica, colocó su Pss. Acomodó la diminuta lámpara led como de costumbre.

Con la capa de su bata blanca, tapó por completo su rostro. Espero unos instantes e inició su recorrido literario:

“ La 1.55 de la madrugada. Era una noche clara y el firmamento proyectaba su luz sobre la faz de la tierra. La luna se colaba en todos los lugares de manera impúdica; la luz de la lámpara que iluminaba el camino dibujaba sombras que se resguardaban entre los árboles. Se volvió para ver su rostro, era pálido y tenía una cicatriz en forma de hoz en sus mejillas. El pánico la invadió … ”

En ese momento, unos pasos alrededor de la puerta de su habitación, la puso en alerta máxima. Su reloj marcaba las dos de la madrugada. Apagó la lámpara de forma inmediata, y deslizó su cuerpo con la agilidad de un felino, hasta el visualizador de la puerta. No vio nada anormal.


De un salto llegó a la ventana, la cerró silenciosamente, observando unos instantes a través del velo. Le pareció ver entre los matorrales, el extraño y hermoso gato blanco que ayer, subió presuroso las escaleras, en dirección a no sé dónde.


Quería vigilarlo, pero por el otro lado, no ansiaba despegar su ojo del visualizador. Vio a través de este, una sombra que se escabulló sigilosa en dirección a la planta dos. ¿Quién a esa hora y porqué cerca de su puerta?

Todo quedó en silencio.

 



¡ Ese silencio absorto y eterno que a veces hace daño!

 



Dentro de sus elucubraciones se indagaba ¿Sucederá lo mismo a Josefina?


La noche prosiguió su marcha.

Un rayo de sol se filtró por la ventana iluminando la habitación, hiriendo sus pupilas. El reloj marcó las seis de la mañana.

Abrió la puerta y llamó su atención, un pañuelo blanco con siete puntos rojos encerrados en círculos, tirado en el piso, a la entrada de la puerta de su habitación. ¡Sintió pánico!

Bajó temblando las escaleras y pudo ver a Josefina sentada cómodamente en la sala de estar. Parecía tranquila.

Las dos quedaron frente a frente. Con ansias infinitas de conocer la una de la otra sobre sus vidas.

Silencio y más silencio.


Sigue:

 

 

Luz Marina Méndez Carrillo/2019/Derechos de autor reservados.