Una distópica corriente
ha invadido el paraíso,
y la desproporcianada
ley del talión
(ojo por ojete
y muela por diente)
impera con mano de hierro.
Aniquilada toda virtud
de la faz negra inmaculada
de un edén otrora
blanco impoluto,
un moderno Robin Hood
roba cualquier atisbo de bondad
para ponerla al servicio del mal.
Los mustios pétalos
de las flores de tallo
sesgado a ras de un suelo
donde los ángeles alicortados
por insaciables cazadores
ya no han de pisar,
se arrepienten
de haber despertado
en el jardín equivocado.
En sórdidos antros
se arremolinan
las hadas mancilladas
para ahogar en alcohol
su intachable verguenza.
Manos manchadas de sangre
les han desgarrado el himen
y el jurado popular
tolera resignado el crimen.
Una serie de fuegos fatuos
en intencionados focos
calcinan sin acritud
el desencantado vergel,
y los duendes lo aparcelan
para ser equitativos
en el reparto del pastel.
Un nuevo orden
de calaveras risueñas
con dientes de oro
que miran por el catalejo
situado frente al espejo,
se ha hecho con el mando
del paraíso demacrado.