En un cálido despertar de una mañana de estío
las rosas de mi jardín exhalan su fragancia,
en sus pétalos no hay ni una gota de rocío
que mancille su grácil aroma y su elegancia.
Una alba mariposa con suavidad se posa
sobre la rojez de una elegante rosa grana,
un caracol con su calcárea concha reposa
bajo la fresca sombra de la fronda cercana.
El gárrulo mirlo canta entre el denso follaje;
su armoniosa melodía, tan suave y amena,
las delicias hace de tan deleitoso paraje
al acorde con el trino de la filomena.
Mi alma, al oírlos, se eleva a las altas esferas
olvidando de este mundo las banalidades,
donde confía encontrar las respuestas sinceras
de infinitos desengaños y frivolidades.